Llegó a su casa agobiada; el día en la oficina había sido fatal. Eran demasiados años de trabajo reiterado. Los mismos compañeros, el mismo jefe con el mismo mal carácter del primer día que ella había entrado a la empresa. Pero a esta altura de su vida no podía siquiera pensar en buscar y mucho menos en encontrar otro trabajo.
Apenas abrió la puerta del sombrío departamento la recibió un penetrante olor a humedad. Se prometió que mañana abriría las ventanas antes de irse...
Debajo de la puerta había una carta; antes de mirar el remitente adivinó que era de su hermana. No la abrió. Ya imaginaba las recriminaciones por tanto tiempo sin comunicarse. Se prometió que mañana le escribiría...
Casi antes de terminar de cerrar la puerta se quitó los zapatos que aprisionaban sus pies. Los dedos se movieron dichosos como pájaros a los que un alma buena había liberado de su jaula. No podía quitarse esa extraña costumbre de comprar los zapatos un número menos del que necesitaba. Buscó las pantuflas que la esperaban detrás de la puerta y sintió verguenza de calzarse con ese amasijo de paño deshilachado que pronto cumplirían su sexto aniversario. Se prometió que mañana compraría un par nuevo...
Buscó algo para comer en la heladera y sólo encontró los ingredientes para hacer un sandwich demasiado calórico y nada nutritivo. Se prometió que mañana empezaría a comer más sano...
Se llevó el sandwich al living y, estirada en el sillón, se dispuso a ver televisión. Mientras comía comenzó el diario ritual de recorrer, control remoto mediante, todos los canales disponibles. Y así pasaba del noticiero al musical, del deporte al canal femenino, de la telenovela a la película. Nada la entretenía, adicta al "zapping" como era no podía concentar su atención en nada en especial, pero tampoco podía apagarlo. Se prometió que mañana leería un buen libro y no miraría tanta televisión...
Dos horas después y sin haber visto nada, se levantó pesadamente del sillón. No sabía cuantos huesos tenía exactamente el esqueleto humano, pero creía que en ese momento le dolían todos. Pensó que era lógico que a su edad tanto sedentarismo terminaría limitando sus movimientos. Se prometió que a partir de mañana haría una caminata diaria...
Fue a dejar el plato de la improvisada cena a la cocina y al pasar por al lado del teléfono vio que el contestador automático señalaba dos llamadas. No las escuchó. De todas maneras ya sabía que eran de su madre, pidiéndole que la visite o que al menos la llame. Conocía de memoria el rosario de reproches que rezaba su madre en cada conversación: Que estaba vieja, que estaba enferma, que no podía ser tan ingrata, que deseaba verla, que la quería... Suspiró molesta. A pesar de todo, se prometió que mañana la llamaría...
Mientras lavaba el plato miró la única maceta con la única planta que habitaba su casa. Vio sus hojas caídas y amarillentas clamando en grito silencioso un poco de agua. Se prometió que mañana la regaría...
Fue a su dormitorio al quitarse la ropa y ponerse el camisón. Vio la cama deshecha pero ya era tarde para arreglarla, de todas maneras ya se acostaría. Se prometió que mañana antes de ir a trabajar, pondría sábanas limpias...
Camino a la cama se encontró con el espejo. Calculó que las raíces canas de su pelo ya alcanzarían los tres centímetros. Se prometió que mañana se teñiría...
Antes de acostarse se dispuso a tomar la diaria y eterna pastilla para su problema cardíaco. Al encontrarse con el frasco vacío recordó que hacía ya cuatro días que olvidaba comprar la medicación. Se prometió que mañana, sin demora, iría a la farmacia...
Se acomodó como pudo entre las sábanas arrugadas y apagó la lámpara. Se sumergió en la oscuridad de la habitación al tiempo que sintió un dolor desgarrador en el lado izquierdo de su pecho que recorría todo el brazo y llegaba hasta la punta de los dedos. Intentó incorporarse en la cama pero no pudo; al estirar la mano buscando la perilla de la luz, tiró el frasco vacío de las pastillas. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando... A su corazón no le bastaban las promesas... Y pensar que mañana tenía tanto por hacer!
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Apenas abrió la puerta del sombrío departamento la recibió un penetrante olor a humedad. Se prometió que mañana abriría las ventanas antes de irse...
Debajo de la puerta había una carta; antes de mirar el remitente adivinó que era de su hermana. No la abrió. Ya imaginaba las recriminaciones por tanto tiempo sin comunicarse. Se prometió que mañana le escribiría...
Casi antes de terminar de cerrar la puerta se quitó los zapatos que aprisionaban sus pies. Los dedos se movieron dichosos como pájaros a los que un alma buena había liberado de su jaula. No podía quitarse esa extraña costumbre de comprar los zapatos un número menos del que necesitaba. Buscó las pantuflas que la esperaban detrás de la puerta y sintió verguenza de calzarse con ese amasijo de paño deshilachado que pronto cumplirían su sexto aniversario. Se prometió que mañana compraría un par nuevo...
Buscó algo para comer en la heladera y sólo encontró los ingredientes para hacer un sandwich demasiado calórico y nada nutritivo. Se prometió que mañana empezaría a comer más sano...
Se llevó el sandwich al living y, estirada en el sillón, se dispuso a ver televisión. Mientras comía comenzó el diario ritual de recorrer, control remoto mediante, todos los canales disponibles. Y así pasaba del noticiero al musical, del deporte al canal femenino, de la telenovela a la película. Nada la entretenía, adicta al "zapping" como era no podía concentar su atención en nada en especial, pero tampoco podía apagarlo. Se prometió que mañana leería un buen libro y no miraría tanta televisión...
Dos horas después y sin haber visto nada, se levantó pesadamente del sillón. No sabía cuantos huesos tenía exactamente el esqueleto humano, pero creía que en ese momento le dolían todos. Pensó que era lógico que a su edad tanto sedentarismo terminaría limitando sus movimientos. Se prometió que a partir de mañana haría una caminata diaria...
Fue a dejar el plato de la improvisada cena a la cocina y al pasar por al lado del teléfono vio que el contestador automático señalaba dos llamadas. No las escuchó. De todas maneras ya sabía que eran de su madre, pidiéndole que la visite o que al menos la llame. Conocía de memoria el rosario de reproches que rezaba su madre en cada conversación: Que estaba vieja, que estaba enferma, que no podía ser tan ingrata, que deseaba verla, que la quería... Suspiró molesta. A pesar de todo, se prometió que mañana la llamaría...
Mientras lavaba el plato miró la única maceta con la única planta que habitaba su casa. Vio sus hojas caídas y amarillentas clamando en grito silencioso un poco de agua. Se prometió que mañana la regaría...
Fue a su dormitorio al quitarse la ropa y ponerse el camisón. Vio la cama deshecha pero ya era tarde para arreglarla, de todas maneras ya se acostaría. Se prometió que mañana antes de ir a trabajar, pondría sábanas limpias...
Camino a la cama se encontró con el espejo. Calculó que las raíces canas de su pelo ya alcanzarían los tres centímetros. Se prometió que mañana se teñiría...
Antes de acostarse se dispuso a tomar la diaria y eterna pastilla para su problema cardíaco. Al encontrarse con el frasco vacío recordó que hacía ya cuatro días que olvidaba comprar la medicación. Se prometió que mañana, sin demora, iría a la farmacia...
Se acomodó como pudo entre las sábanas arrugadas y apagó la lámpara. Se sumergió en la oscuridad de la habitación al tiempo que sintió un dolor desgarrador en el lado izquierdo de su pecho que recorría todo el brazo y llegaba hasta la punta de los dedos. Intentó incorporarse en la cama pero no pudo; al estirar la mano buscando la perilla de la luz, tiró el frasco vacío de las pastillas. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando... A su corazón no le bastaban las promesas... Y pensar que mañana tenía tanto por hacer!
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