martes, 22 de enero de 2019

SUPERABUNDANCIA DE OPCIONES EN EL SIGLO XXI (AL CONSUMISMO SE LE FUE LA MANO)


    La variedad de opciones que se me ofrecen están deteriorando aún más mi ya maltrecha psiquis.
    Qué tiempos aquellos en los que íbamos a la perfumería a comprar un simple y necesario shampoo! La opción era cabellos grasos o secos. Ahora podemos elegir entre cabellos teñidos, vírgenes, maltratados; cabello largo, corto o en el medio... Para todos los días, para uso semanal, mensual, anual... Para cabellos limpios o sucios (sucios, obvio). Y todavía falta pedir el acondicionador (la crema de enjuague para mí), las opciones son las mismas del shampoo y algunas más, porque acá se suman los aromas... Castañas, almendras, avellana. Te sentís como preparando la mesa dulce navideña! Añoro mi infancia y la sola existencia de la savia vegetal, superada en mi adolescencia por el Toque Final.
   Y cuando ibas a la farmacia a comprar toallas femeninas? Te acordás? No era necesario decir nada más. La señora sacaba de la estantería las Modess y te daba el paquetito rosado envuelto en un papel (no vaya a ser que los vecinos se enteraran que estabas en “esos días”). Y ahí mismo terminaba el trámite. Ahora la farmacéutica parece del Servicio de Inteligencia y ataca con las preguntas: Normal, larga o extralarga? Diurna, nocturna o taciturna? Para tanga, colaless o calzoneta? Con alas o sin alas? (ni que las fuera a usar para volar...) Con perfume o sin perfume? Para flujo escaso o abundante? (un asco la pregunta). Y una vez respondidas las inquisidoras preguntas arranca el siguiente acto... Marca? Y ahí empieza de nuevo con la enumeración y los beneficios y desventajas de cada una.
   Nada había más sencillo antes que ir a la verdulería. Tomate, lechuga, chaucha, banana, rezaba el papelito largo y fino, recortado del margen del diario. Empezabas a cantarle el pedido a Don Francisco  y el tipo pesaba y ponía en el bolso. Y listo! Ahora tenés que tomar decisiones cruciales como: tomate orgánico, redondo, perita o manzanita? Maduro, semi maduro, recontra maduro, dictador Maduro? Ni te cuento con la lechuga! De hoja, arrepollada, japonesa, morada... Morada? Eso no es lechuga! Es un híbrido de remolacha y repollo haciéndose pasar por lechuga! Es una impostora! Usurpadora de identidad de un vegetal cuya principal característica siempre fue ser verde!
  Y la banana? Ecuatoriana, colombiana, brasilera... Y la chaucha? En vaina o rolito. Han transformado algo tan elemental como ir a la verdulería en un ataque a la integridad psicológica de los indecisos...
    Y qué decir de la leche deslactosada y del café descafeínado? Son un atentado a la coherencia! Deberían ser licencias poéticas, paradojas literarias del tipo de “noche clara” o “triste sonrisa”. Pero jamás deberían ser alimentos aptos para el consumo humano! Cómo vas a tomar un café sin cafeína? No es café! Es otra cosa! Le estás quitando el alma, la esencia, el fundamento de su vida al café. Es tan inverosímil como un vino sin alcohol, o un cigarrillo sin tabaco, o una soda sin gas... Es la omisión de lo imprescindible! Debería ser penado con todo el peso de la ley.
    Pero volviendo al tema del sinnúmero de opciones que se nos presentan... Lo que más daño  hace es el tema de las bebidas sin alcohol. Este punto puede ocasionar graves daños...
    Añoro aquellos tiempos en los que ibas al kiosco de la esquina, una tarde de intenso verano rosarino y le decías al señor:
-          Buenas tardes, me da una gaseosa?
Y el tipo te decía:
-          Coca o Seven?
 Y ahí terminaban la transacción y tu sed. Dos opciones. Sólo dos serenas opciones.
La misma situación en el presente. Calor, sed, kiosco...
-          Buenas tardes, me da una gaseosa?
-          Coca, Seven, Pepsi, Sprite, Pritty, Naranpol, Cunnington?
-          Coca.
-          Zero, light, regular?
-          Zero.
-          De un litro, medio, uno y medio?
-          Medio.
A esta altura la deshidratación se había apoderado de mí, pero el señor continúa:
-          Retornable, no retornable, lata?
-          Mejor deme agua saborizada (esto en el afán de que hubiera menos opciones)
-          Manzana?
-          Siiii! (una sola opción, estoy en el camino correcto)
-          Verde o deliciosa?
-          Emmmm
Pienso cual prefiero, ya que ante sólo dos opciones me puedo dar el lujo de pensar. Pero el señor kiosquero interpretó mi silencio como la espera de más ofrecimientos, y arremetió...
-          Citrus, pomelo, naranja dulce, naranja amarga, frutos del bosque, kiwi, melón, uva, cherry...
Ya mi frecuencia cardíaca era casi imperceptible y mi presión arterial estaba llegando a condición de cadáver.
-          La que usted quiera... (balbuceando)
-          Pomelo rosado! Lo mejor para calmar la sed!
Va hacia la heladera, mientras trato de hidratarme con mi propia saliva, que a esa altura era espesa y amarga. Ya falta poco... Ya vuelve...
El señor se acerca, con una botella en cada mano y con una sonrisa que a esta altura consideré maquiavélica dice:
-          Latita o botella?
-          Lo que...usted...quie...ra, se...ñor...
Lo último que escuché fue un crujir de vidrios. Un ulular de ambulancia me despertó. Desde mi horizontalidad veía caras extrañas, estetoscopios, gasa, una gran mancha roja en mi ropa. Trataba de hilvanar pensamientos. Aguas de distintos sabores y tamaños, sed, caída, golpe, vidrio, túnel... Entendí todo. Y ahí estaba el señor kiosquero, seguía ahí  levantando la botellita de agua saborizada de pomelo rosado, y haciéndome una sonrisita cómplice, sin darse cuenta de que estaba a punto ser acusado de intento de homicidio por deshidratación y alevosía...
    Sólo cerré los ojos y los dejé hacer. Hasta que, como en un eco infame, la voz del doctor decía:
-          Obra social, Prepaga o particular?
Sentí la necesidad de que me dejen morir con dignidad, deshidratada e hipovolémica pero digna...
    Y mientras mis “veintiún gramos”, abandonaban definitivamente mi cuerpo, en esa subida hacia el Más Allá, mezclado con los acordes de un coro celestial , se escuchó:
-          Tierra, panteón o cremación?

                                                                 Raquel
                                                               (o Rachel, o Nike, o La Mami)